Día raro

Hoy es un día raro…me ha dado tiempo a hacer todas las tareas pendientes de la Universidad, el cielo, que antes era azul ha cambiado de color abruptamente para tornarse añil; y deja caer cuando le apetece, cuatro gotas como si de un grifo se tratara.

El hecho que esta mañana decidiese ponerme Converse, no está resultando una idea muy acertada, y más teniendo en cuenta el chaparrón que va a caer.

Si alguno de ustedes suele vestir con este tipo de bambas, sabrá, por experiencia que son un fastidio en días como el de hoy.

Recuerdo la última vez que me discutí con ellas. La noche anterior no miré el tiempo, así que por la mañana las calcé y salí a por el autobús. Al cruzar por el paso de peatones, casi le doy un abrazo al suelo, lo que me hizo perder el autobús. Esperando bajo el toldo de una zapatería cercana, apareció diez minutos después otro autobús.

Subí y marqué la tarjeta de seis zonas, en vez de la de una y para colmo, cuando llevaba tres paradas me di cuenta que había cogido el de dirección contraria. Así que bajé. Caminé bajo la lluvia, sin la ayuda de ese objeto rudimentario llamado paraguas (¿Para qué?) y finalmente pensé que esa mañana no tenía yo el día.

Finalmente, decidí pasar por el váter de una panadería a hacer un buen uso del seca-manos, que se convertiría, desde ese preciso instante  en “seca-Converse”.

Los recuerdos…¿Hay algo más bonito? Os estaréis preguntando por qué explico todo esto…

Por las ventanas del tren caen cascadas de agua, gotas perdidas, algunas más viajeras que otras. Recorren el cristal con un ligero ritmo, tan imperturbable como impredecible. Cada gota es única, como cada una de las personas que ocupan este vagón.

Cuando salga del tren, volveré a ser la chica de mis recuerdos; se me volverán a llenar las Converse de agua, hasta puede que resbale y como suele pasarme en los días de lluvia, hoy tampoco llevo paraguas.

Mañana, claro está, le diré “hola” a mis botas.

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