Lechín para bluyín

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Resulta tendenciosa la manera de medir. Kilómetros, millas, pulgadas, metros, kilos, segundos, decas, hectos, megas, gigas, petas, exas, zettas, nanos, picos, femtos, doctos... conciben la estructura básica matemática que se inicia como proceso para poder entender la realidad. Cuanto menos compleja, a la par que sustentada por el paradigma político de lo científicamente demostrable, se rige el entendimiento construido sobre esta base estándar infranqueable.

Allá por el año 1452 en una pequeña villa de Italia campaba a sus anchas un muchachito interesado en el discernimiento de cualquier ser vivo que se cruzase en su camino. Un arquetipo de ciencia que conformaría una década más tarde al que hoy en día se le sigue llamando genio. Rigiéndose por las leyes de la medición estableció, alrededor de 1490 la ley de la proporción en el cuerpo humano: un hombre, un círculo y un cuadrado realizado a partir de los textos de arquitectita que dejó el romano Vitruvio. El dibujo, considerado símbolo de la simetría del cuerpo humano y por ende, de los demás patrones constructivos, irguió un nuevo modo de entender el arte, un todo que desemboca en una concepción cultural mantenida hasta ahora. “El placer más grande es la alegría de la comprensión” afirmó una vez el inconstante pintor, que se sorprendería de la benevolencia del cuerpo del siglo XXI, sino más de su inconexa ropa absente de diligencia simétrica.

No cabe en el raciocinio humano la estructura métrica del ropaje de fabricación industrial. Tampoco están en la lista los patrones que tendrían que estabilizar las consecuencias de tal aberración. Un bluyín, por ejemplo, debería en tiempos modernos ser una prenda fácil de encontrar, fácil de adaptarse. Da Vinci querría experimentar con ellos. Haría cola y entraría en el probador convencido que tal inventiva de tejido debería formar parte de un método de tortura sofisticadamente moderno. Al meter la pata en la pernera no le cabría el pie y tendría que tirar fuerte hacia arriba intentando disminuir la inflación de la barriga para evitar que el botón saltase por los aires, acabando finalmente harto del susodicho elemento y mandándolo a posteriori a tomar viento. Una inquisición moderna, sin fogatas pero con apretujeo de gemelos, pensaría. ¡Un lechín para bluyín!
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6 comentarios:

  1. Eres única! la manera de redactar los textos son lo más!!! Y qué decir del señor Vitruvio y Da Vinci... Si vieran las modas que imperan se llevarían las manos a la cabeza, pero oye! qué le vamos a hacer!? en cada tienda, en cada prenda, en cualquier cosa que te pruebes es distinta la talla... así que yo si no me lo pruebo no se si me va a sentar bien o mal! malditosss! jaja

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    un besazoooo chicas!!

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    Respuestas
    1. Les daría un soponcio otra vez, a los pobrecitos! Jajajaja! Un besote!

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  2. Jajaja con lo bien que habíais empezado "un lechin para bluyin" que genial ^_^
    Besotes

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  3. ¡Muy bueno! Más razón que un santo. ¡Genial el título!

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